Por: Enrique Roberto Hernández Oñate
Un día, después de
levantarme acomode todo lo necesario para tomar un baño tranquilo y sin prisas,
música de fondo y agua tibia eran los complementos perfectos para lo que sería
una ducha relajante y llena de vitalidad. Ya entrado el ritual propio de la regadera,
me vino a la memoria una serie de imágenes de mi época escolar pero solo una de
ellas me atrapó.
Sentado en mi pupitre vi
el deslizar de la mano del maestro apuntando el tema de la clase en la pizarra,
y con letras grandes se leía “TEOREMA DE PITÁGORAS”, y junto la clásica fórmula
c2=a2+b2, avanzada la clase no me sonaba tan
compleja la resolución de los problemas que había que resolver, si seguía la
instrucciones que el maestro dictó seguramente el resultado de todos los
problemas sería el correcto, dentro de mi debía tener cuidado de que no se me
escapará ni uno solo de los pasos que recién había aprendido.
Cuando regrese a este
mundo, me sorprendió una serie de preguntas al grado de ver interrumpida
estrepitosamente la sutil enjabonada; ¿será verdad lo que me explicaron en ese
entonces? ¿Será que en verdad mi maestro sabía exactamente de que hablaba?...yo
supuse que si, finalmente es el maestro y yo un alumno.
Mi curiosidad en ese
momento me dio un golpe en forma de impulso arrojándome contra el piso mental,
como si fuera un gato que ha visto en el piso o la pared una luz e intenta
seguirla o atraparla hasta que se cansa.
Dentro de mí existía una
sensación de miedo, miedo de comprobar si era verdad o mentira eso que tanto
repasé. Miedo de deliberar una respuesta y saberme engañado por tantos años. Al
salir del baño me vestí y tomé todas las herramientas necesarias para esta
aventura: papel, lápiz y la muy esencial regla.
Con esa regla tracé el
primer lado del triángulo de 1cm y el más largo de 2cm, estos dos elevados al
cuadrado y sumados posteriormente nos da un resultado de 5, al cual le tenemos
que sacar la raíz cuadrada correspondiente como lo marca la fórmula. El resultado
de c=2.2360 redondeado, ahora el problema fue medir la unión de esos dos
catetos para comprobar que realmente mediría 2.2360cm, cosa difícil de hacer.
Tomé nuevamente la regla
y mi sorpresa fue extraordinaria, no solo el maestro que me dio la clase no
estaba equivocado, ¡Pitágoras tenía razón¡ ¿Cómo pude atreverme a dudar de
Pitágoras? Es fácil contestar esta pregunta: no hay que creer en todo lo que nos
dicen hasta comprobarlo, sin embargo aquello que nos mencionan como verdad es
un camino que debemos de tomar para saber ¿qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Y ¿Por
qué? Sucede tal o cual cosa hasta que nuestra razón se siente satisfecha con
todas las respuestas encontradas.
Pero el trabajo no
termina ahí, al contrario, recién comienza. El siguiente paso es muy
importante, no obligar a los demás a creer en nuestras respuestas y obligarlos
a aceptarlas como verdades, porque nuestras realidades son muy distintas y muy
dispersas, también corremos el riesgo de omitir nuevas y mejores ideas que nos
lleven de igual manera a otros caminos.