lunes, 5 de enero de 2015

El milagro de treinta centavos

mejores padres, mejores hijos
El milagro de treinta centavos
Por: Julio Torres
Fría como todas las noches de invierno, pero con la calidez que imprime la esperanza de la llegada de los reyes magos que de acuerdo a la tradición en el transcurso de esa noche harán el recorrido que durante siglos han repetido los míticos reyes magos, pero hoy recuerdo una noche de 5 de enero de los años cuarenta del siglo pasado cuando con toda la alegría que pudo experimentar mi mente a los cuatro o cinco años de edad en mi pueblo natal del estado de Guanajuato.
Mantenerse despierto la noche de la llegada de los reyes magos resulta ser la noche más difícil ya que el cansancio logra que los niños desistan en el proyecto de tratar de ver a los reyes magos en su exacta dimensión,
de manera que la ilusión de mi hermana y la mía de ver a los reyes quedó en el olvido provocado por el sueño y solo recuerdo que permanecí un buen tiempo vigilando los zapatos que contenían nuestras cartas y nada, no recuerdo nada más.
Por la mañana, al llegar al lugar donde se encontraban nuestros zapatos no percibimos juguete alguno, pero al analizar el lugar encontramos que estaban unas monedas dentro de dichos zapatos que sumaban la cantidad de treinta centavos, efectivamente, contamos las monedas una y otra vez y comprobamos que en efecto, eran treinta centavos y entonces, no quedaba la menor duda de que los reyes magos habían hecho escala en nuestro domicilio y simplemente nuestra deducción no dejaba lugar a dudas, era la cantidad que seguramente los reyes magos por lo menos habían “salvado” esa
cantidad, tal vez no alcanzamos más porque vivíamos casi a las afueras del pueblo.
La edad, la educación recibida y el medio social de pobreza que vivíamos, tal vez fue la causa de aceptación del “regalo” fabuloso de los reyes magos en ese año, recuerdo que con extremada alegría le mostramos a nuestra mamá el regalo recibido y no lo hicimos con papá ya que él había muerto unos años antes, y entonces mamá nos permitió ir hasta el
mercado y decidir que compraríamos con la fabulosa cantidad de dinero recibida.
Lamentablemente la cantidad recibida no cubría el costo de un juguete, así que terminamos por comprar los dulces que pudieron arropar nuestras fabulosas cantidades de dinero y regresamos a casa con la alegría que solo a esa edad podíamos manifestar, además que con gran orgullo lo platicamos a los familiares que sí recibieron juguetes de costos altos, pero a nosotros esos treinta centavos nos parecían más valiosos
que los mejores y más caros juguetes que el mercado ofrecía.

Pero el milagro no terminó aquí, debo señalar que sobraron algunos centavos, no muchos desde luego, pero alcanzó para entregarlos a nuestra mamá y que con ellos pudiera completar los gastos de los alimentos de ese día y con gran alegría transcurrieron las horas hasta que por la noche nos fuimos temprano a la cama como si ese día de reyes hubiese sido el más maravilloso de nuestra existencia, y hoy que mi hermana y yo nos encontramos cerca de los ochenta años de edad, hemos recordado este pasaje de nuestra vida y en verdad, parece que fue ayer, el milagro de los treinta centavos.