miércoles, 20 de noviembre de 2013

Obra maestra

Somos la obra maestra de la creación, por lo menos los sabios antiguos así lo declararon en su tiempo, comparaban las virtudes del ser humano con los actos instintivos de los animales en la manera como observaron la diferencia, calculaban los ilimitados recursos de la inteligencia al dominar la materia, diseñar leyes y emplearlas en su beneficio, fue entonces cuando gritaron: Somos la obra maestra de la creación.
Dios no puede habernos tratado peor que a los animales, dándonos la previsión de la muerte, es entonces cuando declaran que si a la vida material no sucediera una eterna, nada tendría sentido, quizás a eso se refiera el goce de nuestro pensamiento o nuestra alma, dicho razonamiento sería incompatible si no viniera de un poder superior que hace de nuestro cuerpo el templo en que reina una emanación de la divinidad, esa gran inteligencia que rige al mundo, como la mía al instrumento que me ha dado, soy hecho a imagen y semejanza de Dios.
Afirmo que soy soberano por mi libre albedrío y tengo derechos y deberes que debo respetar en mis semejantes. Así lo declararon los antiguos filósofos y sus ideas no tardaron en verse generalizadas y sostenidas por todos los pensamientos, pero exigían pruebas de la existencia del alma, este raciocinio en lugar de afectarse con la tecnología moderna, adquiere nueva fuerza, lo que puede calificarse como el carácter de la verdad.
Posiblemente esa verdad sea el resultado de la materia orgánica en acción, o viene de una fuerza particular, es como el movimiento de un  péndulo de reloj, movimiento que no existe por sí mismo sino que se mueve por medio de una fuerza aislada, pues jamás un efecto es superior a la causa, admitimos entonces que un cuerpo es un instrumento de una fuerza externa, como ejemplo podemos tomar el efecto del oído como instrumento de la audición, mas no la facultad de oír, el cerebro o los órganos de nuestra maquinaria son los instrumentos del alma o el pensamiento.
Conocemos el magnetismo, el calor, la luz y la electricidad como fuerzas materiales que solo son  modificaciones a distintas apariencias de un éter
universal, fluido que comprendemos por medio de nuestra inteligencia, esos efectos de calor o luz y el resto no puede ser análoga de la materia, es distinta y por eso se le define como fuerza inmaterial ya que nunca se destruye aunque desaparezcan los cuerpos que las representan, por lo que esta idea la concluyo afirmando que es la inteligencia quien domina los efectos caloríficos, eléctricos, luminosos y magnéticos, demostrando que no viene de la materia que es transformable.
Los actos de conciencia que instintivamente nos hacen distinguir lo bueno de lo malo y lo justo de lo injusto, apreciados por la razón, elevan el alma a su divina esencia, a su creador, y nos convencen que el alma es un destello divino, que ha
venido de esa divinidad y que a ella ha de refugiarse, de tal suerte que la inteligencia y el instinto superior se reúnen y demuestran que el alma existe y que a esa alma se debe el pensamiento.
Es lo mismo que comprender una atracción que no atrae, una sensibilidad que no se siente o una fuerza sin origen o punto de partida, porque, si las fuerzas materiales, al destruirse los cuerpos vuelven al seno de la naturaleza de donde salieron, el alma y el poder intelectual de los seres humanos retorna al seno de su creador, “la inteligencia infinita”, demostrando que en verdad somos una obra maestra, una obra divina que es la causa y el efecto, la manera de hacer las cosas, que finalmente se convierte en el legado a las generaciones futuras.