Por: Enrique Roberto Hernández Oñate
Un día como hoy me
senté en el sillón que se encontraba a un lado de la mesa de centro y me
encontré con un paquete envuelto en papel café claro y amarrado con un hilo
bastante grueso. Hice de todo para abrirlo pero no lo logré hasta que me acordé
que uno de los invitados a la fiesta donde mostré mi creación me obsequio un
abrecartas con una forma bastante curiosa; ondulada como si
fuera una flama, de un brillante honorable y de un filo excelso.
Ese abrecartas me
funcionaria para abrir sobres, cortar hilos, incluso hasta para algún momento
de emergencia donde tuviera que defenderme. Pero habría de utilizarlo con sumo
cuidado porque el abrecartas es muy peligroso si lo utilizo con alevosía, premeditación
o ventaja; por si solo no haría daño, incluso su forma era muy amigable con el
perfil, su color encajaba perfectamente con el tono del abrecartas.
Ataque y defensa son
las dos más importantes virtudes de este objeto pero no las únicas, en alguno
de los años de la historia humana las espadas servían para darle un alto nombre
o grado a los caballeros más valientes, ilustres u osados de un reino, en otra
rama del pensamiento humano han servido para expulsar y someter demonios,
aunque, solo algunos personajes de esas historias tenían el privilegio de
portar esa arma.
Con el abrecartas en
mi mano derecha podría utilizarlo con inteligencia, pero, en la mano izquierda
es torpe y esa torpeza puede ocasionar algún accidente. De alguna forma habría
de equilibrar esa agresividad que representaba su filo. Algo habré de encontrar
en el camino del tiempo.Utilizar la fuerza
por si sola ocasionaría un problema grave en mí o en alguien más, debe haber
algo que la haga amigable.
Por azares del
destino cayó en mis manos un cojín carmesí que le daba un colorido y suavidad
impresionante y majestuoso a la mesa y al abrecartas. Con solo tres puntas
era justamente lo que andaba buscando...
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