mejores padres, mejores hijos
Por: Enrique Roberto Hernández Oñate
Un día mi papá me dio una lección muy
importante: “para todo hay un lugar y un momento”, imagínense llegando a la
entrega de un premio Nobel; con una
playera de mi equipo favorito, un short y tenis, eso no sería lo ideal como
tampoco lo sería ir al estadio de cualquier deporte con un esmoquin, esa es la
enseñanza más importante de mi padre.
Dicho esto, imagínense a un maestro en la
escuela llegando con aliento alcohólico, o comiendo y hablando con la boca
llena en plena clase, o fumando como me sucedió alguna vez en tercero o cuarto
de primaria donde la maestra llamada Margarita nos dejó castigados sin recreo
(seguramente por una buena razón), la catedrática debía comer al no ser sujeta
de castigo, por lo tanto, envío a la “consentida” por sus tacos a la tienda
escolar. Cuando se terminó su alimento, obvio frente a nuestras caras hambrientas,
levantando la voz y colocando sus pies encima del escritorio como cualquier
mafioso lanzó una sublime frase “después de un buen taco un buen tabaco”,
prendió su cigarro con las ventanas y puerta cerradas dejándonos aspirando su,
debo aceptar, delicioso vicio.
¿Cómo puede la maestra inculcarme orden
si comete este tipo de faltas? Es inaceptable, cuando le reclame fui castigado
aún peor, ¿Por qué me reprendió si ella hizo algo incorrecto? Muy sencilla la respuesta,
porque se creen tan cercanos a dios o sienten que son dios para no ser
cuestionados y así mantener su status quo siendo esto aún más deprimente.
En toda mi vida he fumado cosas que ni se
podrían imaginar, he tomado lo que no es mío en algún momento y no he devuelto
libros (lo cual debería ser muy castigado), me excedí en el alcohol en
innumerables ocasiones, pero no debe ser eterno ese comportamiento: la vida de
una flor comienza con un retoño o botón y pasarán dos cosas, muere siendo un
botón o vive siendo una rosa, no permanecerá como botón por toda la eternidad y
tampoco como rosa.
Todos inevitablemente debemos cambiar en
algún momento. Hoy no soy el mismo, y no quiero ser de los que llegan con
aliento alcohólico a predicar orden, tampoco quiero ser de los que teniendo
doce litros de vino en tres brindis se acaben esa cantidad de alcohol, de los
que fumen donde no se debe fumar. Sería muy hipócrita de mi parte criticarlo y
hacerlo.
¿No puedo quedarme callado ante estas
situaciones porque? Porque si no lo cuestionara caería en la displicencia,
definitivamente quiero ser virtuoso y ningún displicente lo puede ser, ni el
benevolente. Por ser displicentes dejo pasar injusticias, por ser benevolente
perdono injusticias, por practicar la beneficencia hago injusticia.
No puedo callarme frente a lo que es
incorrecto, debo ser prudente al decirlo, pero no está en mi dejar pasar esas
acciones. Ojo, no confundamos la habilidad que tienen las personas de hacer su
oficio o profesión con el ser virtuoso, el virtuoso mediante el trabajo y la
lucha vence sus pasiones y sus vicios, el otro es el que llega tarde con
aliento alcohólico y fuma en la oficina.
Al cometer todos los errores antes
expuestos nos convertimos en “cualquier persona”, y lo que hacemos lo
degradamos a religión o política, donde algunos sacerdotes o pastores
aprovechan la palabra divina para satisfacer sus deseos y ambiciones.
Yo invito a que examinemos todo lo que
hacemos y como lo hacemos para responder si en verdad estamos practicando lo
que hablamos, logrando evolucionar como personas podremos quizá aspirar a cambiar a nuestra familia, nuestro municipio, estado y nación solo así. Exhorto a los que habitan México y que lean este pensamiento a dejarse de preocupar por si un diputado o político es mala persona, hay que ocuparnos de nosotros mismos, eduquemos mejor a los niños y solo así en un periodo largo de tiempo eliminaremos a esas lacras. Predicar con el ejemplo es mejor que hablar al aire, eso es lo
que hace un líder y una persona diferente.
El que tenga oídos que oiga, el que no
los tenga que se engañe a si mismo.