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lunes, 11 de agosto de 2014

Catedral de Puebla, México

mejores padres, mejores hijos
Puebla de los ángeles
Que lejos estaba de imaginar Don Juan de Palafox y Mendoza en aquel 27 de diciembre de 1639, al ser consagrado en la iglesia de San Bernardo de Madrid, que encontraría un medio tan hostil en la Nueva España. Prefiere recordar su consagración como el día más feliz de su vida, asistió a la ceremonia en representación del Rey, su primer ministro, el Conde Duque de Olivares, que emocionado lo abrazó al termino diciéndole: “Don Juan, grandes cosas espera de vos su Majestad, pero yo espero vuestro triunfo como padre, como un padre lo desea de su hijo”, demostrando con ello que estaba en el nivel más alto de la estimación Real.
Entre el selecto grupo de invitados asistió fray Mauro de Tovar, obispo de Yucatán quien le dijo: “En todo momento cuente su eminencia con un amigo en las Indias, nuestra misión pastoral requiere de lágrimas de dolor, tanto como

de alegría aliviadas por la esperanza”. Don Juan de Palafox aún no está tan preocupado por lo que significa tener que lidiar con los frailes al someterlos, tiene confianza en su poder de persuasión y convencimiento. De momento, vuelve los ojos a la cédula que más le motiva, la terminación de la catedral de Puebla, iniciada desde 1536, habían transcurrido más de cien años en los que hubo muchas suspensiones, la última se dio en 1618 por orden de Felipe III, como consecuencia del manejo inadecuado de los fondos destinados a la obra.
Muchas veces se le escuchó decir: “Una ciudad tan noble merece una catedral a la altura de sus habitantes. Puebla no nació como un pueble-cito o cualquier villorrio, nació como una ciudad en la que se han albergado personajes de rancio abolengo, Don Juan de Palafox sabe que el emperador Carlos V, antepasado de los tres reyes de nombre Felipe, la distinguió con el título de
“Muy noble y leal ciudad de Puebla”, porque desde entonces fue asiento de muchos nobles españoles”, Don Juan de Palafox tiene la idea de instalar algún día en un lugar destacado de la catedral, el escudo real del emperador.
En su oportunidad Don Juan de Palafox recorrió la obra abandonada y deteriorada, habían desaparecido muchos sillares de piedra y piezas labradas de cantera provenientes del cerro de San Cristóbal, ubicado al norte de la ciudad, los espacios marcados como capillas habían sido invadidos por familias menesterosas que ahora los reclaman como
suyos y estaban dispuestos a no dejarlos por nada, el aspecto era deprimente, techados con desperdicios y enramadas, el Sereno, vigilante nocturno, evitaba pasar por el sitio, porque el peligro era real. Con los viejos planos en la mano, Don Juan se detenía en cada lugar tratando de comprender lo que falta por hacer y al grupo que le acompañaba pregunta: ¿existen todos los cimientos?
Veo que el lugar donde se pretende construir el atrio, hay muchas casas ¿Es que aún estos predios no pertenecen a la santa iglesia? Y un
regidor contesta: “Los cimientos del templo existen, las casa aun no pertenecen a la iglesia, están en manos de los descendientes de Martín Partidor, quien prometió cederlas cuando fuera necesario, solo que ellos ahora proyectan cobrar alto precio por los solares.
Como director de orquesta, Don Juan de Palafox coordina la labor de los técnicos que hacen dibujos y mediciones del estado de construcción y un día de sol brillante decide celebrar a pleno sol la misa, que transcurre ligera por el énfasis de alegría que le imprime el obispo, el sermón se convierte en vibrante discurso que consigue emocionar a los asistentes ganando para sí el deseo de ayudar,
aportaron generosas cantidades de dinero cuando se expresó diciéndoles: “Queridos habitantes de esta muy noble y leal ciudad de los ángeles, debéis sentir el orgullo en esta provincia; este obispo que hoy les habla, hace algunos años deseaba radicar junto a vosotros en este jirón de tierra bendita que los fundadores en el año de gracia de 1532 hicieron realidad; se dice que los mismos ángeles la trazaron, tal vez sea una hermosa leyenda, pero yo quiero creer que fue verdad, porque sin lugar a dudas, hay algo divino en este lugar que me hace postrarme y desear ser parte de su historia; ahora mi vida quiero ofrendarla por el más insigne deseo y el más grande reto, que es llegar a consagrar su catedral con la bendición de Dios que todo lo ve”.
“Estoy seguro que con la ayuda de todos vosotros podré conseguirlo, porque es menester erigir este santuario que nos acercará a lo celestial y al perdón que
todos necesitamos. ¡Bendito sea el altísimo!”, hincado se persigna y se tiende en bruces en el piso de tierra figurando una cruz, después de unos segundos se incorpora besando el suelo a la vez que pronuncia una frase en latín que nadie pudo escuchar. Emocionado vertió unas lágrimas que secó con la manga de su indumentaria de gala, al mismo tiempo se escucha un coro de voces cristalinas que interpretan con calidad magistral el “Panis angélicus”, que produjo en los asistentes un sentimiento sublime de elevación espiritual. Muchos de ellos también se hincaron persignándose porque inusitadamente nadie los había emocionado tanto durante una misa.
Los meses transcurrieron llenos de agotadoras jornadas en que aparentemente no se avanzaba, Don Juan de Palafox y Mendoza estaba fascinado con ver a los trabajadores pegar los materiales y escuchar el golpeteo de puntas y cinceles sobre la piedra, le parecían los arpegios de una sinfonía encantada. Cuando el silencio se hacía presente acudía de inmediato al lugar de los trabajos haciendo cuentas mentales con el temor de que los materiales se hubieran agotado y pregunta: ¿por qué no se trabaja, es que no tenéis ya material? No eminencia, le contestan, es que ya es hora de comer, y como los alarifes entraron más temprano, empezarán a preparar lo necesario y celebrar la fiesta
de la santa cruz, el día más grande de quienes construimos casas y templos.
Don Juan de Palafox y Mendoza, emocionado más de una vez al día pronunciaba oraciones de gratitud: “Gracias altísimo padre, no importa que castiguen mi soberbia por querer alcanzar las alturas que me acerquen a vos; no importa cuanta envidia se desate, no importa un día más de ayuno, pero por favor que no cesen estos trabajos hasta la consagración”. A pesar de que estaba lejos de cubrir las naves, Don Juan ya estaba trabajando en los diseños de los altares, los arquitectos se veían abrumados por la cantidad de trabajo que les encargaba.

Lo anterior es una pequeña parte del libro que escribió mi amigo: Guillermo Martínez Arámbula, titulado: El Ilustre Bastardo, vida y obra de Don Juan de
Palafox y Mendoza, y hoy hemos hablado del inicio de la construcción de la catedral de Puebla México.