Por:
Julio Torres
Quienes
fuman me van a entender, durante muchos años tuve la intención de abandonar el
cigarro, pero todo resultaba imposible, aún cuando mi salud no era de lo mejor,
pero algo me impulsaba a seguir dañando mi organismo.
Por
aquel tiempo, cerca de los cuarenta años, me dedicaba a dar servicio a equipos
médicos y mi vecino que tenía una clínica al lado de mi negocio, me pidió
revisara uno de sus equipos y así comenzó todo.
Reparar
el equipo de rayos X, me llevó unos quince minutos y como el doctor estaba
ocupado, hubo que hacer una prueba en mi mismo, para comprobar la reparación, y
decido hacer una prueba conmigo mismo.
Cuando
el doctor, mi amigo, revisó el resultado de la reparación del equipo, solo me
preguntó de quien era la placa revelada y desde luego que con temor admití que
se trataba de mi organismo.
De
inmediato me dijo: haré un trato, no me cobras la reparación y yo atiendo tu
enfermedad, si fallo, te pago lo que me cobres, y si te alivio, me pagas el
tratamiento, así que como fue un trato, casi un reto, acepté de buena gana.
Cuando
estábamos cerrando el trato, no podía faltar el cigarro encendido entre mis
dedos, y me dijo: como ya eres ni paciente, cuando entres a mi consultorio lo
harás sin cigarro, fuera has lo que quieras.
Me
sentí agredido, sin embargo lo resistí y como reto le entregué la cajetilla de
cigarros y un encendedor muy apreciado al tiempo que declaraba: “este es mi
último cigarro” a lo que me dijo: “así dicen todos los pacientes”
Experimenté cierto
enojo, pero algo indicaba que debía aceptar, y en ese
momento movilizó a su personal, y como en una película, me trataron como a
cualquier paciente y me hospitalizó.
Después
de tres meses de un tratamiento preciso y contundente, una mañana me dijo, en
este momento te doy de alta, ya puedes comprar en la esquina tu cajetilla de
cigarros, para que sigas atentando contra tu vida.
Esa
agresividad cumplía con un motivo especial que de momento no entendí, y para
provocar enojo le dije: “en este momento me voy a disfrutar en una playa
turística para celebrar”.
Cuando
llegué al hotel de la playa, lo primero que hice, fue pedir una cerveza y
una cajetilla de cigarros, y sorpresa, ni la cerveza pude beber, ni el cigarro
soporté, entonces cambié de bebida y tampoco surtió efecto.
Intrigado
por el fenómeno traté de probar con muchas bebidas y diferentes marcas de
cigarros y el resultado fue el mismo, entonces decidí regresar con mi amigo
médico que logró el milagro para cumplir con el trato.
Con
toda intención me hizo esperarlo durante una hora o más hasta que se dignó
recibirme, y cuando estuvimos frente a frente, solo le dije: “espero tu factura la liquidaré al momento”.
Al
escucharme, solo emitió una carcajada de alegría y me dijo: “te derroté, sabía
que te derrotaría y eso me tiene complacido, no me debes nada”.
El
mejor consejo que puedo ofrecer es que, para asuntos de cigarro o de cualquier
otro vicio, lo mejor es utilizar los servicios de especialistas, la solución a
problemas de salud es real, nada es mágico, nada es casual.